viernes, 7 de junio de 2013

A la venta papitas fritas "antidepresivas"

Seguramente, usted recordará el famoso experimento de Pavlov, en el que logra “condicionar” el comportamiento de unos perros haciéndolos salivar y anticipar la hora de comer al oír el sonido de una campana.

Si bien, los seres humanos tenemos un nivel de consciencia muy superior al de los canes, muchas veces “condicionamos” nuestro comportamiento emocional sin percatarnos de ello. Así, algunos estímulos pueden ser asociados a ciertos alimentos y condicionar el comportamiento de quien los come. Desde la óptica de la Neurogastronomía, podemos explicar cómo las papas fritas son un perfecto ejemplo para lograr un Condicionamiento “Pavloviano”. Este u otro alimento tiene el potencial de transformarse en un antidepresivo para algunas personas, sin saberlo. Aquí una historia para Ilustrarlo: Un matrimonio tiene un niño alegre, llamado José en honor a su abuelo, tiene 2 años y lo han acostumbrado a visitar un restaurante de Fast Food cada 2 semanas. El niño, al ver el Logo del restaurante se emociona porque sabe que con su comida tendrá un lindo juguete nuevo de regalo. Para él, la comida no es tan sabrosa, aunque las papas fritas son especiales. Se come lo que puede pues sus padres insistentemente le indican que si no lo hace, no habrá juguete. Las visitas a este local son casi una celebración. ¿Quieeeén quiere ir a comer papas fritas?, se le escucha preguntar al papá (los padres saben que ese día no hay que cocinar, limpiar los platos, entre otros oficios), y el hijo responde con un gran entusiasmo ¡Yooooooooooo!... Le espera un parque gigante, un nuevo héroe de su comiquita favorita, y las papitas siempre doraditas y crujientes. De esta forme, podríamos decir que se dan los primeros “campanazos de Pavlov”, tilín tilín tilín tilín. Con el pasar del tiempo, a los 7 años de edad, ese pequeño ser, ya con consciencia de sí mismo, disfruta su comida, en particular, de las papitas siempre doraditas y crujientes… hmmmm; en poco tiempo dejará el juguete y el parque, no son tan interesantes, es un niño grande. Tilín tilín tilín tilín. Con los años, ya Joseíto es adolescente y al salir de clases con sus amigos se van en las tardes a ese lugar que de niño disfrutó, ahora para hablar de carros, deportes y de otras cosas que le llaman la atención a los chamos, por supuesto comiéndose unas papitas siempre doraditas y crujientes. Tilín tilín tilín tilín. Pasan unas cuantas primaveras, con 25 años, Joseíto (nunca le gusto que lo llamaran así), es adicto a las papitas siempre doraditas y crujientes, no sabe porque, tilín tilín tilín tilín (suenan las campanas antes comer), en las tardes después de un día de trabajo duro pasa con su carrito por la ventana exprés y pide una ración de papitas “antidepresivas”.

¿Qué ha sucedido? El cerebro de José a lo largo de su vida asoció las papitas siempre doraditas y crujientes con un refuerzo positivo, de amor, diversión y seguridad impulsándolo a comerlas cada vez que se siente solo, apático e inseguro.

La comida en general es un gran recurso que nuestro sistema neural utiliza para asociar recuerdos y emociones. Todos tenemos platos que nos emocionan de manera desconocida, existen preparaciones que hacen que nuestro humor cambie, pudiendo transformar un momento de felicidad en uno de rabia o viceversa. De esta forma asociamos comidas a nuestros seres queridos, como el quesillo de la abuelita o a épocas deseadas como la Navidad
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Piénselo, haga memoria y seguro descubrirá por qué al probar o comer algunas cosas, su estado de ánimo entra en una montaña rusa emocional y posiblemente escuchará las campanitas de Pavlov: Tilín tilín tilín tilín.

Sigamos en contacto. @MerlinGessen @Neurogastronomo

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